Lámpara es a mis pies


Núm. 245 - Sábado 01 de Octubre del 2011 - Año No. 5


La sociedad humana ha tenido varias etapas en su desarrollo, denominadas edades: antigua: desde la aparición de la primera escritura hasta la caída del imperio romano; media: desde el Siglo VI hasta mediados del Siglo XIV; moderna: de mediados del Siglo XVIII; contemporánea: desde el Siglo XIX a la actualidad.

Entre ellas hubo un espacio que se conoce como el oscurantismo dominado por un grupo de gente que no permitía el acceso al conocimiento en general, el cual estaba destinado sólo a las clases altas, es decir, a los reyes y sus familias, ricos comerciantes o poderosos terratenientes y los eclesiásticos de la iglesia romana. 

Así que las demás personas se quedaban sin este beneficio, ni siquiera tenían la posibilidad de lo más elemental como saber leer y escribir, de ahí el nombre que recibió al relacionarse con este periodo en el que preponderaba la ignorancia. 

Tal actitud se justificaba argumentando que esta clase de personas eran elegidas por Dios para poseer el conocimiento, situación que la palabra de Dios desmiente: “Entonces Pedro abriendo su boca dijo: Por verdad hallo que Dios no hace acepción de personas.” Hechos 10:34 

Desde luego esto ha servido para que se la verdadera voluntad de Dios se oculte a los hombres como si se nos encerrara en un cuarto obscuro y quisiéramos distinguir donde se encuentra la salida, cuando es el mismo Padre Celestial quien instruye escudriñar y enseñar su Palabra: “Y las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas, entando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las escribirás en los postes de tu casa y en tus portadas.” Deuteronomio 6:7,9. 

Nuestro Señor Jesús también sugiere: “Escudriñad las escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí.” Juan 5:39. Lo que resulta claro con el texto anterior es que Dios no se agrada de la ignorancia, por el contrario, su voluntad es que vivamos, pero conociendo y cumpliendo su palabra, es por esto que aunque durante mucho tiempo se prohibió la traducción de la Biblia a los idiomas llamados populares o comunes, pues sólo era permitida su traducción al latín, el lenguaje dominante, al cual solo el clero católico romano y las clases pudientes tenían acceso; la Palabra de Dios siguió vigente y prosperando. 

A partir de la primera impresión de un libro como hoy lo conocemos a cargo de Johannes Gutenberg en 1445 se desató una serie de traducciones y una de ellas es la de los monjes, Casiodoro de Reina (1569) y Cipriano de Valera (1602). Aun a costa de sus propias vidas pero cumpliendo lo que declara el apóstol Pablo: “¿Cómo pues invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? (Romanos 10:14), realizaron la traducción. 
Continuará...